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EL RECUERDO PARA UN CABALLERO APASIONADO

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Se cumplen 12 años del adiós del notable periodista de automovilismo Alfredo Parga. Desde Carburando, el recuerdo para un referente de la pluma, compañero, maestro y buen consejero, en la necrológica que por aquel entonces me tocó escribir en el diario La Nación.

 

¿Qué pasó don Alfredo? No hay mucho para explicar. Hasta en eso era acertado. No hay respuesta cuando no lo amerita. No hace falta. Hubiese mirado hacia el horizonte, a través de uno de los grandes ventanales del diario y su mirada se hubiera perdido más allá del río. Su silencio imponía respeto. Si no hay nada para decir, más vale no decir nada.

¿Qué pasó don Alfredo?, era el saludo tácito en la redacción. La pregunta abierta, sin tema asignado, quedaba siempre al libre albedrío de la notable imaginación de Parga, que podía explicar y criticar con suma mesura una mala maniobra en la primera curva de algún Gran Premio de Fórmula 1 o los avatares para sortear los inconvenientes que la economía argentina suele poner impiadosamente.

Por allí se paseaba don Alfredo, con su comentario técnico, con la palabra precisa, con la idea irrefutable. El rostro, serio, no daba lugar a dudas. Las discusiones terminaban cuando la explicación salía de su boca. Mientras los interlocutores se alejaban convencidos, los gestos de Alfredo se modificaban y se ablandaban, que dejaban al descubierto al hombre común, desacartonado, con el mejor humor a flor de piel, aunque trataba de disimularlo.

¿Qué pasó don Alfredo? No tuvo tiempo de despedirse. No era su costumbre. "Un hombre siempre debe ser respetuoso, si quiere que lo respeten", solía decir con la autoridad que su presencia imponía. Y las viejas costumbres que los tiempos modernos se empecinan en abolir, como los "buenas tardes", "hasta luego", "muchas gracias", lo acompañaban con su paso cansino. El respeto, la sencillez, la humildad, el don de gentes, ahí se veía al verdadero maestro. Si hasta hace quince días, apenas, llamó por teléfono para disculparse por no poder enviar su columna semanal, ya que el físico no seguía a la mente brillante, que a tantos lectores deslumbró con sus palabras certeras.

¿Qué pasó don Alfredo? Era la cargada habitual cuando su Platense querido dejaba tres puntos en poder de su rival. El hincha le ganaba la pulseada a la razón y buscaba excusas que ni él se las creía. Se ponía muy bien cuando los demás sonreían. Desde la seriedad, buscaba la complicidad en favor del humor. Con su palabra fue el centro de atención en cada reunión a la que acudió. Frente a los embajadores y principales figuras del deporte, como en las sencillas comidas de fin de año, en las que relataba memorables cuentos con el fino humor que compartía con su gran amigo, Luis Landriscina.

Jamás dejó descansar la pasión. La misma que empujaba a los cochecitos de lata, cuando se embarraba las rodillas descubiertas por los pantalones cortos, o cuando recortaba las fotos de los diarios mientras imitaba los relatos de los Grandes Premios que se hacían eco en todo el país a través de la radio.

Llegó a ser jefe del Departamento de Taquígrafos del Banco Central, la misma entidad que le permitió, mediante un crédito, comprar su casa en Vicente López. "En esa época nos entregaban 20 pesos y devolvíamos 20 pesos. Era otro país. Se jugaba a la pelota en las calles, se paseaba por la plaza y con mi señora nos entusiasmamos por el gusto del agua, era distinta a la que se tomaba en la Capital Federal", recordaba con nostalgia.

¿Qué paso don Alfredo? "Me dejé llevar por las dos pasiones. El automovilismo y el periodismo. Y fui a la redacción de la revista Gaceta Deportiva, con casi 30 años. Mi primer crónica salió publicada allí, fue una victoria de Oscar Gálvez en la Vuelta de Entre Ríos, de Turismo Carretera", seguía en el recuerdo, aunque con modestia destacaba su desilusión por darse cuenta de que los periodistas, en realidad, no eran seres sobrenaturales. Si hasta él sorprendió a los integrantes de esa redacción aquel primer día por su velocidad ante la máquina de escribir, de la que obtenía 90 palabras por minuto.

Fue confidente de Juan Manuel Fangio y tuvo el honor de aprender a observar las carreras a su lado: "Me enseñó a mirar los autos, dónde frenaban, qué ruido hacían y quién aceleraba antes". Don Pepe Froilán González, los hermanos Gálvez, Marincovich, los Di Palma, Berta y grandes figuras del automovilismo internacional escucharon con atención sus palabras.

La pasión periodística lo derivó a los diarios El Pueblo y Noticias Gráficas. Talentosa pluma impulsada por el infatigable investigador, en 1964 ingresó como colaborador en La Nación; además participó en muchas emisoras radiales y en los cuatro canales de aire de la Capital Federal. Cubrió 137 GP de F.1 y recorrió el mundo de la mano de la otra pasión: el automovilismo.

Acompañó a Carlos Reutemann desde sus comienzos en la carrera deportiva hasta la llegada a la política. Escribió "Los días de Reutemann", libro que se sumó a otras obras, como "Historia de una pasión" y los fascículos que publicó La Nación, como "Historia del automovilismo argentino" y "F.1". "En la revista Corsa saqué 'Fangio a secas', que no llegó a ser un libro, pero le tengo un gran cariño por el trabajo demandado", destacó. Otras revistas tuvieron el honor de contar con su pluma, como Automundo, El Gráfico, Coche a la Vista, Road Test, Campeones, Cronometrando y Coequipier. A fines de los años 70 fue el responsable de la publicación Grand Prix para coleccionistas.

¿Qué pasó don Alfredo? "No lo sé, pero a mucha gente le discuto algo que me cuesta hacer entender. La guerra sobre la que más se escribió fue la Civil Española. Más que las mundiales. Cada vez que iba a España, compraba una valija y la llenaba con libros. Con muchos me enojé feo por eso, tendría que invitarlos a mi casa para que lo comprueben", se apasionaba de nuevo con un tema que también lo motivó para escribir en La Nación.

¿Qué pasó don Alfredo? "Yo sólo le pido a Dios dos años más, porque tengo que terminar un par de trabajos", expresó hace pocos días. No fue así, don Alfredo. Ni siquiera hubo tiempo para las despedidas. No era su costumbre irse sin un "hasta luego". No correspondía para un caballero. No hay más nada que decir. Si hasta don Alfredo no tiene explicaciones. Su silencio impone respeto...

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